COMPENDIO DE LA DOCTRINA SOCIAL.
RESPONSABILIDAD.
I. EVANGELIZACIÓN Y
DOCTRINA SOCIAL
60 La Iglesia, partícipe de los gozos y de las
esperanzas, de las angustias y de las tristezas de los hombres, es solidaria con
cada hombre y cada mujer, de cualquier lugar y tiempo, y les lleva la alegre
noticia del Reino de Dios, que con Jesucristo ha venido y viene en medio de
ellos.73 En la humanidad y en el mundo, la Iglesia es el sacramento
del amor de Dios y, por ello, de la esperanza más grande, que activa y sostiene
todo proyecto y empeño de auténtica liberación y promoción humana. La Iglesia es
entre los hombres la tienda del encuentro con Dios —« la morada de Dios
con los hombres » (Ap 21,3)—, de modo que el hombre no está solo, perdido
o temeroso en su esfuerzo por humanizar el mundo, sino que encuentra apoyo en el
amor redentor de Cristo. La Iglesia es servidora de la salvación no en abstracto
o en sentido meramente espiritual, sino en el contexto de la historia y del
mundo en que el hombre vive,74 donde lo encuentra el amor de Dios y
la vocación de corresponder al proyecto divino.
61 Único e irrepetible en su individualidad, todo
hombre es un ser abierto a la relación con los demás en la sociedad. El
con-vivir en la red de nexos que aúna entre sí individuos, familias y grupos
intermedios, en relaciones de encuentro, de comunicación y de intercambio,
asegura una mejor calidad de vida. El bien común, que los hombres buscan y
consiguen formando la comunidad social, es garantía del bien personal, familiar
y asociativo.75 Por estas razones se origina y se configura la
sociedad, con sus ordenaciones estructurales, es decir, políticas, económicas,
jurídicas y culturales. Al hombre « insertado en la compleja trama de relaciones
de la sociedad moderna »,76 la Iglesia se dirige con su doctrina
social. « Con la experiencia que tiene de la humanidad »,77 la
Iglesia puede comprenderlo en su vocación y en sus aspiraciones, en sus limites
y en sus dificultades, en sus derechos y en sus tareas, y tiene para él una
palabra de vida que resuena en las vicisitudes históricas y sociales de la
existencia humana.
62 Con su enseñanza social, la Iglesia quiere
anunciar y actualizar el Evangelio en la compleja red de las relaciones
sociales. No se trata simplemente de alcanzar al hombre en la sociedad —el
hombre como destinatario del anuncio evangélico—, sino de fecundar y
fermentar la sociedad misma con el Evangelio.78 Cuidar del hombre
significa, por tanto, para la Iglesia, velar también por la sociedad en su
solicitud misionera y salvífica. La convivencia social a menudo determina la
calidad de vida y por ello las condiciones en las que cada hombre y cada mujer
se comprenden a sí mismos y deciden acerca de sí mismos y de su propia vocación.
Por esta razón, la Iglesia no es indiferente a todo lo que en la sociedad se
decide, se produce y se vive, a la calidad moral, es decir, auténticamente
humana y humanizadora, de la vida social. La sociedad y con ella la política, la
economía, el trabajo, el derecho, la cultura no constituyen un ámbito meramente
secular y mundano, y por ello marginal y extraño al mensaje y a la economía de
la salvación. La sociedad, en efecto, con todo lo que en ella se realiza, atañe
al hombre. Es esa la sociedad de los hombres, que son « el camino primero y
fundamental de la Iglesia ».79
63 Con su doctrina social, la Iglesia se hace cargo
del anuncio que el Señor le ha confiado. Actualiza en los acontecimientos
históricos el mensaje de liberación y redención de Cristo, el Evangelio del
Reino. La Iglesia, anunciando el Evangelio, « enseña al hombre, en nombre de
Cristo, su dignidad propia y su vocación a la comunión de las personas; y le
descubre las exigencias de la justicia y de la paz, conformes a la sabiduría
divina ».80
En cuanto Evangelio que resuena mediante la Iglesia en el
hoy del hombre,81 la doctrina social es palabra que libera.
Esto significa que posee la eficacia de verdad y de gracia del Espíritu de
Dios, que penetra los corazones, disponiéndolos a cultivar pensamientos y
proyectos de amor, de justicia, de libertad y de paz. Evangelizar el ámbito
social significa infundir en el corazón de los hombres la carga de significado y
de liberación del Evangelio, para promover así una sociedad a medida del hombre
en cuanto que es a medida de Cristo: es construir una ciudad del hombre más
humana porque es más conforme al Reino de Dios.
64 La Iglesia, con su doctrina social, no sólo no se
aleja de la propia misión, sino que es estrictamente fiel a ella. La
redención realizada por Cristo y confiada a la misión salvífica de la Iglesia es
ciertamente de orden sobrenatural. Esta dimensión no es expresión limitativa,
sino integral de la salvación.82 Lo sobrenatural no debe ser
concebido como una entidad o un espacio que comienza donde termina lo natural,
sino como la elevación de éste, de tal manera que nada del orden de la creación
y de lo humano es extraño o queda excluido del orden sobrenatural y teologal de
la fe y de la gracia, sino más bien es en él reconocido, asumido y elevado. « En
Jesucristo, el mundo visible, creado por Dios para el hombre (cf. Gn
1,26-30) —el mundo que, entrando el pecado, está sujeto a la vanidad (Rm
8,20; cf. ibíd., 8,19-22)—, adquiere nuevamente el vínculo original
con la misma fuente divina de la Sabiduría y del Amor. En efecto, “tanto amó
Dios al mundo que le dio su unigénito Hijo (Jn 3,16)”. Así como en el
hombre-Adán este vínculo quedó roto, así en el Hombre-Cristo ha quedado unido de
nuevo (cf. Rm 5,12-21) ».83
65 La Redención comienza con la Encarnación, con la
que el Hijo de Dios asume todo lo humano, excepto el pecado, según la
solidaridad instituida por la divina Sabiduría creadora, y todo lo alcanza en su
don de Amor redentor. El hombre recibe este Amor en la totalidad de su ser:
corporal y espiritual, en relación solidaria con los demás. Todo el hombre —no
un alma separada o un ser cerrado en su individualidad, sino la persona y la
sociedad de las personas— está implicado en la economía salvífica del Evangelio.
Portadora del mensaje de Encarnación y de Redención del Evangelio, la Iglesia no
puede recorrer otra vía: con su doctrina social y con la acción eficaz que de
ella deriva, no sólo no diluye su rostro y su misión, sino que es fiel a Cristo
y se revela a los hombres como « sacramento universal de salvación
».84 Lo cual es particularmente cierto en una época como la nuestra,
caracterizada por una creciente interdependencia y por una mundialización de las
cuestiones sociales.
66 La doctrina social es parte integrante del
ministerio de evangelización de la Iglesia. Todo lo que atañe a la comunidad
de los hombres —situaciones y problemas relacionados con la justicia, la
liberación, el desarrollo, las relaciones entre los pueblos, la paz—, no es
ajeno a la evangelización; ésta no sería completa si no tuviese en cuenta la
mutua conexión que se presenta constantemente entre el Evangelio y la vida
concreta, personal y social del hombre.85 Entre evangelización y
promoción humana existen vínculos profundos: « Vínculos de orden antropológico,
porque el hombre que hay que evangelizar no es un ser abstracto, sino un ser
sujeto a los problemas sociales y económicos. Lazos de orden teológico, ya que
no se puede disociar el plan de la creación del plan de la redención, que llega
hasta situaciones muy concretas de injusticia, a la que hay que combatir, y de
justicia, que hay que restaurar. Vínculos de orden eminentemente evangélico como
es el de la caridad: en efecto, ¿cómo proclamar el mandamiento nuevo sin
promover, mediante la justicia y la paz, el verdadero, el auténtico crecimiento
del hombre? ».86
67 La doctrina social « tiene de por sí el valor de
un instrumento de evangelización » 87 y se desarrolla en el
encuentro siempre renovado entre el mensaje evangélico y la historia humana.
Por eso, esta doctrina es un camino peculiar para el ejercicio del ministerio de
la Palabra y de la función profética de la Iglesia.88 « En efecto,
para la Iglesia enseñar y difundir la doctrina social pertenece a su misión
evangelizadora y forma parte esencial del mensaje cristiano, ya que esta
doctrina expone sus consecuencias directas en la vida de la sociedad y encuadra
incluso el trabajo cotidiano y las luchas por la justicia en el testimonio a
Cristo Salvador ».89 No estamos en presencia de un interés o de una
acción marginal, que se añade a la misión de la Iglesia, sino en el corazón
mismo de su ministerialidad: con la doctrina social, la Iglesia « anuncia a Dios
y su misterio de salvación en Cristo a todo hombre y, por la misma razón, revela
al hombre a sí mismo ».90 Es éste un ministerio que procede, no sólo
del anuncio, sino también del testimonio.
68 La Iglesia no se hace cargo de la vida en sociedad
bajo todos sus aspectos, sino con su competencia propia, que es la del anuncio
de Cristo Redentor: 91 « La misión propia que Cristo confió a su
Iglesia no es de orden político, económico o social. El fin que le asignó es de
orden religioso. Pero precisamente de esta misma misión religiosa derivan
funciones, luces y energías que pueden servir para establecer y consolidar la
comunidad humana según la ley divina ».92 Esto quiere decir que la
Iglesia, con su doctrina social, no entra en cuestiones técnicas y no instituye
ni propone sistemas o modelos de organización social: 93 ello no
corresponde a la misión que Cristo le ha confiado. La Iglesia tiene la
competencia que le viene del Evangelio: del mensaje de liberación del hombre
anunciado y testimoniado por el Hijo de Dios hecho hombre.
69 Con su doctrina social la Iglesia « se propone
ayudar al hombre en el camino de la salvación »: 94 se trata de
su fin primordial y único. No existen otras finalidades que intenten arrogarse o
invadir competencias ajenas, descuidando las propias, o perseguir objetivos
extraños a su misión. Esta misión configura el derecho y el deber de la
Iglesia a elaborar una doctrina social propia y a renovar con ella la
sociedad y sus estructuras, mediante las responsabilidades y las tareas que esta
doctrina suscita.
70 La Iglesia tiene el derecho de ser para el hombre
maestra de la verdad de fe; no sólo de la verdad del dogma, sino también de la
verdad moral que brota de la misma naturaleza humana y del
Evangelio.95 El anuncio del Evangelio, en efecto, no es sólo para
escucharlo, sino también para ponerlo en práctica (cf. Mt 7,24; Lc
6,46-47; Jn 14,21.23-24; St 1,22): la coherencia del
comportamiento manifiesta la adhesión del creyente y no se circunscribe al
ámbito estrictamente eclesial y espiritual, puesto que abarca al hombre en toda
su vida y según todas sus responsabilidades. Aunque sean seculares, éstas tienen
como sujeto al hombre, es decir, a aquel que Dios llama, mediante la Iglesia, a
participar de su don salvífico.
Al don de la salvación, el hombre debe corresponder no sólo con
una adhesión parcial, abstracta o de palabra, sino con toda su vida, según todas
las relaciones que la connotan, en modo de no abandonar nada a un ámbito profano
y mundano, irrelevante o extraño a la salvación. Por esto la doctrina social no
es para la Iglesia un privilegio, una digresión, una ventaja o una injerencia:
es su derecho a evangelizar el ámbito social, es decir, a hacer resonar
la palabra liberadora del Evangelio en el complejo mundo de la producción, del
trabajo, de la empresa, de la finanza, del comercio, de la política, de la
jurisprudencia, de la cultura, de las comunicaciones sociales, en el que el
hombre vive.
71 Este derecho es al mismo tiempo un deber, porque
la Iglesia no puede renunciar a él sin negarse a sí misma y su fidelidad a
Cristo: « ¡Ay de mí si no predicara el Evangelio! » (1 Co 9,16). La
amonestación que San Pablo se dirige a sí mismo resuena en la conciencia de la
Iglesia como un llamado a recorrer todas las vías de la evangelización; no sólo
aquellas que atañen a las conciencias individuales, sino también aquellas que se
refieren a las instituciones públicas: por un lado no se debe « reducir
erróneamente el hecho religioso a la esfera meramente privada »,96
por otro lado no se puede orientar el mensaje cristiano hacia una salvación
puramente ultraterrena, incapaz de iluminar su presencia en la
tierra.97
Por la relevancia pública del Evangelio y de la fe y por los
efectos perversos de la injusticia, es decir del pecado, la Iglesia no puede
permanecer indiferente ante las vicisitudes sociales: 98 « es
tarea de la Iglesia anunciar siempre y en todas partes los principios morales
acerca del orden social, así como pronunciar un juicio sobre cualquier realidad
humana, en cuanto lo exijan los derechos fundamentales de la persona o la
salvación de las almas ».99
II. LA NATURALEZA DE LA
DOCTRINA SOCIAL
72 La doctrina social de la Iglesia no ha sido
pensada desde el principio como un sistema orgánico, sino que se ha formado en
el curso del tiempo, a través de las numerosas intervenciones del Magisterio
sobre temas sociales. Esta génesis explica el hecho de que hayan podido
darse algunas oscilaciones acerca de la naturaleza, el método y la estructura
epistemológica de la doctrina social de la Iglesia. Una clarificación decisiva
en este sentido la encontramos, precedida por una significativa indicación en
la « Laborem exercens »,100 en la encíclica «Sollicitudo
rei socialis»: la doctrina social de la Iglesia « no pertenece al ámbito de
la ideología, sino al de la teología y especialmente de la
teología moral ».101 No se puede definir según parámetros
socioeconómicos. No es un sistema ideológico o pragmático, que tiende a definir
y componer las relaciones económicas, políticas y sociales, sino una
categoría propia: es « la cuidadosa formulación del resultado de una
atenta reflexión sobre las complejas realidades de la vida del hombre en la
sociedad y en el contexto internacional, a la luz de la fe y de la tradición
eclesial. Su objetivo principal es interpretar esas realidades,
examinando su conformidad o diferencia con lo que el Evangelio enseña acerca del
hombre y su vocación terrena y, a la vez, trascendente, para orientar en
consecuencia la conducta cristiana ».102
73 La doctrina social, por tanto, es de naturaleza
teológica, y específicamente teológico-moral, ya que « se trata de una
doctrina que debe orientar la conducta de las personas ».103 «
Se sitúa en el cruce de la vida y de la conciencia cristiana con las situaciones
del mundo y se manifiesta en los esfuerzos que realizan los individuos, las
familias, operadores culturales y sociales, políticos y hombres de Estado, para
darles forma y aplicación en la historia ».104 La doctrina social
refleja, de hecho, los tres niveles de la enseñanza teológico-moral: el nivel
fundante de las motivaciones; el nivel directivo de las normas de la
vida social; el nivel deliberativo de la conciencia, llamada a mediar las
normas objetivas y generales en las situaciones sociales concretas y
particulares. Estos tres niveles definen implícitamente también el método propio
y la estructura epistemológica específica de la doctrina social de la
Iglesia.
74 La doctrina social halla su fundamento esencial en
la Revelación bíblica y en la Tradición de la Iglesia. De esta fuente, que
viene de lo alto, obtiene la inspiración y la luz para comprender, juzgar y
orientar la experiencia humana y la historia. En primer lugar y por encima de
todo está el proyecto de Dios sobre la creación y, en particular, sobre la vida
y el destino del hombre, llamado a la comunión trinitaria.
La fe, que acoge la palabra divina y la pone en práctica,
interacciona eficazmente con la razón. La inteligencia de la fe, en
particular de la fe orientada a la praxis, es estructurada por la razón y se
sirve de todas las aportaciones que ésta le ofrece. También la doctrina social,
en cuanto saber aplicado a la contingencia y a la historicidad de la praxis,
conjuga a la vez « fides et ratio » 105 y es expresión
elocuente de su fecunda relación.
75 La fe y la razón constituyen las dos vías
cognoscitivas de la doctrina social, siendo dos las fuentes de las que se nutre:
la Revelación y la naturaleza humana. El conocimiento de fe comprende y
dirige la vida del hombre a la luz del misterio histórico-salvífico, del
revelarse y donarse de Dios en Cristo por nosotros los hombres. La inteligencia
de la fe incluye la razón, mediante la cual ésta, dentro de sus límites, explica
y comprende la verdad revelada y la integra con la verdad de la naturaleza
humana, según el proyecto divino expresado por la creación,106 es
decir,
la verdad integral de la persona en cuanto ser espiritual y corpóreo, en relación con Dios, con los demás seres humanos y con las demás criaturas.107
la verdad integral de la persona en cuanto ser espiritual y corpóreo, en relación con Dios, con los demás seres humanos y con las demás criaturas.107
La centralidad del misterio de Cristo, por tanto, no
debilita ni excluye el papel de la razón y por lo mismo no priva a la doctrina
social de la Iglesia de plausibilidad racional y, por tanto, de su destinación
universal. Ya que el misterio de Cristo ilumina el misterio del hombre, la
razón da plenitud de sentido a la comprensión de la dignidad humana y de las
exigencias morales que la tutelan. La doctrina social es un conocimiento
iluminado por la fe, que —precisamente porque es tal— expresa una mayor
capacidad de entendimiento. Da razón a todos de las verdades que afirma y de los
deberes que comporta: puede hallar acogida y ser compartida por
todos.
76 La doctrina social de la Iglesia se sirve de todas
las aportaciones cognoscitivas, provenientes de cualquier saber, y tiene una
importante dimensión interdisciplinar: « Para encarnar cada vez mejor, en
contextos sociales económicos y políticos distintos, y continuamente cambiantes,
la única verdad sobre el hombre, esta doctrina entra en diálogo con las diversas
disciplinas que se ocupan del hombre, [e] incorpora sus aportaciones
».108 La doctrina social se vale de las contribuciones de significado
de la filosofía e igualmente de las aportaciones descriptivas de las ciencias
humanas.
77 Es esencial, ante todo, el aporte de la
filosofía, señalado ya al indicar la naturaleza humana come fuente y la
razón como vía cognoscitiva de la misma fe. Mediante la razón, la doctrina
social asume la filosofía en su misma lógica interna, es decir, en la
argumentación que le es propia.
Afirmar que la doctrina social debe encuadrarse en la
teología más que en la filosofía, no significa ignorar o subestimar la función y
el aporte filosófico. La filosofía, en efecto, es un instrumento idóneo e
indispensable para una correcta comprensión de los conceptos básicos de la
doctrina social —como la persona, la sociedad, la libertad, la conciencia,
la ética, el derecho, la justicia, el bien común, la solidaridad, la
subsidiaridad, el Estado—, una comprensión tal que inspire una convivencia
social armónica. Además, la filosofía hace resaltar la plausibilidad racional de
la luz que el Evangelio proyecta sobre la sociedad y solicita la apertura y el
asentimiento a la verdad de toda inteligencia y conciencia.
78 Una contribución significativa a la doctrina
social de la Iglesia procede también de las ciencias humanas y sociales:
109 ningún saber resulta excluido, por la parte de verdad de la
que es portador. La Iglesia reconoce y acoge todo aquello que contribuye a
la comprensión del hombre en la red de las relaciones sociales, cada vez más
extensa, cambiante y compleja. La Iglesia es consciente de que un conocimiento
profundo del hombre no se alcanza sólo con la teología, sin las aportaciones de
otros muchos saberes, a los cuales la teología misma hace referencia.
La apertura atenta y constante a las ciencias proporciona a
la doctrina social de la Iglesia competencia, concreción y actualidad.
Gracias a éstas, la Iglesia puede comprender de forma más precisa al hombre en
la sociedad, hablar a los hombres de su tiempo de modo más convincente y cumplir
más eficazmente su tarea de encarnar, en la conciencia y en la sensibilidad
social de nuestro tiempo, la Palabra de Dios y la fe, de la cual la doctrina
social « arranca ».110
Este diálogo interdisciplinar solicita también a las ciencias a
acoger las perspectivas de significado, de valor y de empeño que la doctrina
social manifiesta y « a abrirse a horizontes más amplios al servicio de cada
persona, conocida y amada en la plenitud de su vocación
».111
79 La doctrina social es de la Iglesia porque la
Iglesia es el sujeto que la elabora, la difunde y la enseña. No es
prerrogativa de un componente del cuerpo eclesial, sino de la comunidad entera:
es expresión del modo en que la Iglesia comprende la sociedad y se confronta con
sus estructuras y sus variaciones. Toda la comunidad eclesial —sacerdotes,
religiosos y laicos— participa en la elaboración de la doctrina social, según la
diversidad de tareas, carismas y ministerios.
Las aportaciones múltiples y multiformes —que son también
expresión del « sentido sobrenatural de la fe de todo el pueblo
» 112 — son asumidas, interpretadas y unificadas por el
Magisterio, que promulga la enseñanza social como doctrina de la Iglesia. El
Magisterio compete, en la Iglesia, a quienes están investidos del « munus
docendi », es decir, del ministerio de enseñar en el campo de la fe y de la
moral con la autoridad recibida de Cristo. La doctrina social no es sólo fruto
del pensamiento y de la obra de personas cualificadas, sino que es el
pensamiento de la Iglesia, en cuanto obra del Magisterio, que enseña con la
autoridad que Cristo ha conferido a los Apóstoles y a sus sucesores: el Papa y
los Obispos en comunión con él.113
80 En la doctrina social de la Iglesia se pone en
acto el Magisterio en todos sus componentes y expresiones. Se encuentra, en
primer lugar, el Magisterio universal del Papa y del Concilio: es este
Magisterio el que determina la dirección y señala el desarrollo de la doctrina
social. Éste, a su vez, está integrado por el Magisterio episcopal, que
específica, traduce y actualiza la enseñanza en los aspectos concretos y
peculiares de las múltiples y diversas situaciones locales.114 La
enseñanza social de los Obispos ofrece contribuciones válidas y estímulos al
magisterio del Romano Pontífice. De este modo se actúa una circularidad, que
expresa de hecho la colegialidad de los Pastores unidos al Papa en la enseñanza
social de la Iglesia. El conjunto doctrinal resultante abarca e integra la
enseñanza universal de los Papas y la particular de los Obispos.
En cuanto parte de la enseñanza moral de la Iglesia, la
doctrina social reviste la misma dignidad y tiene la misma autoridad de tal
enseñanza. Es Magisterio auténtico, que exige la aceptación y
adhesión de los fieles.115 El peso doctrinal de las diversas
enseñanzas y el asenso que requieren depende de su naturaleza, de su grado de
independencia respecto a elementos contingentes y variables, y de la frecuencia
con la cual son invocados.116
81 El objeto de la doctrina social es esencialmente
el mismo que constituye su razón de ser: el hombre llamado a la salvación y,
como tal, confiado por Cristo al cuidado y a la responsabilidad de la
Iglesia.117 Con su doctrina social, la Iglesia se preocupa de la
vida humana en la sociedad, con la conciencia que de la calidad de la vida
social, es decir, de las relaciones de justicia y de amor que la forman, depende
en modo decisivo la tutela y la promoción de las personas que constituyen cada
una de las comunidades. En la sociedad, en efecto, están en juego la dignidad y
los derechos de la persona y la paz en las relaciones entre las personas y entre
las comunidades. Estos bienes deben ser logrados y garantizados por la comunidad
social.
En esta perspectiva, la doctrina social realiza una tarea de
anuncio y de denuncia.
Ante todo, el anuncio de lo que la Iglesia posee como
propio: « una visión global del hombre y de la humanidad »,118 no
sólo en el nivel teórico, sino práctico. La doctrina social, en efecto, no
ofrece solamente significados, valores y criterios de juicio, sino también las
normas y las directrices de acción que de ellos derivan.119 Con esta
doctrina, la Iglesia no persigue fines de estructuración y organización de la
sociedad, sino de exigencia, dirección y formación de las
conciencias.
La doctrina social comporta también una tarea de
denuncia, en presencia del pecado: es el pecado de injusticia y de violencia
que de diversos modos afecta la sociedad y en ella toma cuerpo.120
Esta denuncia se hace juicio y defensa de los derechos ignorados y violados,
especialmente de los derechos de los pobres, de los pequeños, de los
débiles.121 Esta denuncia es tanto más necesaria cuanto más se
extiendan las injusticias y las violencias, que abarcan categorías enteras de
personas y amplias áreas geográficas del mundo, y dan lugar a cuestiones
sociales, es decir, a abusos y desequilibrios que agitan las sociedades.
Gran parte de la enseñanza social de la Iglesia, es requerida y determinada por
las grandes cuestiones sociales, para las que quiere ser una respuesta de
justicia social.
82 La finalidad de la doctrina social es de orden
religioso y moral.122 Religioso, porque la misión
evangelizadora y salvífica de la Iglesia alcanza al hombre « en la plena verdad
de su existencia, de su ser personal y a la vez de su ser comunitario y social
».123 Moral, porque la Iglesia mira hacia un « humanismo pleno
»,124 es decir, a la « liberación de todo lo que oprime al hombre »
125 y al « desarrollo integral de todo el hombre y de todos los
hombres ».126 La doctrina social traza los caminos que hay que
recorrer para edificar una sociedad reconciliada y armonizada en la justicia y
en el amor, que anticipa en la historia, de modo incipiente y prefigurado, los «
nuevos cielos y nueva tierra, en los que habite la justicia » (2 P
3,13).
83 La primera destinataria de la doctrina social es
la comunidad eclesial en todos sus miembros, porque todos tienen
responsabilidades sociales que asumir. La enseñanza social interpela la
conciencia en orden a reconocer y cumplir los deberes de justicia y de caridad
en la vida social. Esta enseñanza es luz de verdad moral, que suscita respuestas
apropiadas según la vocación y el ministerio de cada cristiano. En las tareas de
evangelización, es decir, de enseñanza, de catequesis, de formación, que la
doctrina social de la Iglesia promueve, ésta se destina a todo cristiano, según
las competencias, los carismas, los oficios y la misión de anuncio propios de
cada uno.127
La doctrina social implica también responsabilidades
relativas a la construcción, la organización y el funcionamiento de la sociedad:
obligaciones políticas, económicas, administrativas, es decir, de naturaleza
secular, que pertenecen a los fieles laicos, no a los sacerdotes ni a los
religiosos.128 Estas responsabilidades competen a los laicos de modo
peculiar, en razón de la condición secular de su estado de vida y de
la índole secular de su vocación: 129 mediante estas
responsabilidades, los laicos ponen en práctica la enseñanza social y cumplen la
misión secular de la Iglesia.130
84 Además de la destinación primaria y específica a
los hijos de la Iglesia, la doctrina social tiene una destinación
universal. La luz del Evangelio, que la doctrina social reverbera en la
sociedad, ilumina a todos los hombres, y todas las conciencias e inteligencias
están en condiciones de acoger la profundidad humana de los significados y de
los valores por ella expresados y la carga de humanidad y de humanización de sus
normas de acción. Así pues, todos, en nombre del hombre, de su dignidad una y
única, y de su tutela y promoción en la sociedad, todos, en nombre del único
Dios, Creador y fin último del hombre, son destinatarios de la doctrina social
de la Iglesia.131 La doctrina social de la Iglesia es una
enseñanza expresamente dirigida a todos los hombres de buena
voluntad 132 y, efectivamente, es escuchada por los miembros de
otras Iglesias y Comunidades Eclesiales, por los seguidores de otras tradiciones
religiosas y por personas que no pertenecen a ningún grupo religioso.
85 Orientada por la luz perenne del Evangelio y
constantemente atenta a la evolución de la sociedad, la doctrina social de la
Iglesia se caracteriza por la continuidad y por la
renovación.133
Esta doctrina manifiesta ante todo la continuidad de una
enseñanza que se fundamenta en los valores universales que derivan de la
Revelación y de la naturaleza humana. Por tal motivo, la doctrina social no
depende de las diversas culturas, de las diferentes ideologías, de las distintas
opiniones: es una enseñanza constante, que « se mantiene idéntica en su
inspiración de fondo, en sus “principios de reflexión”, en sus fundamentales
“directrices de acción”, sobre todo, en su unión vital con el Evangelio del
Señor ».134 En este núcleo portante y permanente, la doctrina social
de la Iglesia recorre la historia sin sufrir sus condicionamientos, ni correr el
riesgo de la disolución.
Por otra parte, en su constante atención a la historia,
dejándose interpelar por los eventos que en ella se producen, la doctrina
social de la Iglesia manifiesta una capacidad de renovación continua. La
firmeza en los principios no la convierte en un sistema rígido de enseñanzas,
es, más bien, un Magisterio en condiciones de abrirse a las cosas nuevas,
sin diluirse en ellas: 135 una enseñanza « sometida a las necesarias
y oportunas adaptaciones sugeridas por la variación de las condiciones
históricas así como por el constante flujo de los acontecimientos en que se
mueve la vida de los hombres y de las sociedades ».136
86 La doctrina social de la Iglesia se presenta como
un « taller » siempre abierto, en el que la verdad perenne penetra y permea la
novedad contingente, trazando caminos de justicia y de paz. La fe no
pretende aprisionar en un esquema cerrado la cambiante realidad
socio-política.137 Más bien es verdad lo contrario: la fe es fermento
de novedad y creatividad. La enseñanza que de ella continuamente surge « se
desarrolla por medio de la reflexión madurada al contacto con situaciones
cambiantes de este mundo, bajo el impulso del Evangelio como fuente de
renovación ».138
Madre y Maestra, la Iglesia no se encierra ni se retrae en
sí misma, sino que continuamente se manifiesta, tiende y se dirige hacia el
hombre, cuyo destino de salvación es su razón de ser. La Iglesia es entre
los hombres el icono viviente del Buen Pastor, que busca y encuentra al hombre
allí donde está, en la condición existencial e histórica de su vida. Es ahí
donde la Iglesia lo encuentra con el Evangelio, mensaje de liberación y de
reconciliación, de justicia y de paz.
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