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12a. sesión Décimo: No codiciarás
los bienes ajenos |
El enunciado completo dice
así: “No codiciarás la casa de tu prójimo, ni codiciarás la mujer de tu
prójimo, ni el siervo ni su sierva, ni su buey ni su asno, ni nada que sea de tu
prójimo” (Éxodo 20,17). “La codicia rompe el saco”, dice el refrán.
La codicia apunta al corazón, inclinado a los apegos. Este mandamiento
apunta al deseo de toda persona a ser feliz. ¿Dónde reside la felicidad? ¿En el
dinero, en el tener cosas? Dios con este mandamiento quiere que busquemos la
felicidad donde sí la podemos encontrar y no quiere que perdamos lo más valioso
que tenemos por buscar tener más y más bienes materiales, que siempre son
perecederos y efímeros. Aunque este mandamiento está formulado en forma
negativa, sin embargo entraña un contenido positivo, porque Dios te invita al
desprendimiento para que tu corazón sea feliz y no sea un esclavo de los bienes
materiales y económicos, sobre todo de esos dos tiranos: la codicia (deseo
desordenado de riquezas), y la avaricia (deseo desordenado de conservar las
poseídas). Gracias a este mandamiento, tu corazón será libre y puro para
poder amar a Dios con la plenitud que Él ha ordenado; y sabrá poner los bienes
materiales en su lugar, como medios -no como fin- para obtener tu propia
perfección humana y espiritual, y así conseguir la felicidad que buscas.
Está muy unido al séptimo mandamiento: “no robarás”; al igual que el
noveno estaba unido al sexto. Dios no sólo prohíbe al adulterio (sexto) sino
también el desear la mujer o el varón del prójimo (noveno). No sólo prohíbe
robar o retener injustamente los bienes del prójimo (séptimo) sino también el
desearlos, codiciarlos y envidiarlos (décimo). Se trata, naturalmente, de un
deseo desordenado y consentido. Eso no quiere decir que sea pecado el desear
tener, si pudieras lícitamente, una cosa como la de tu prójimo. Este
mandamiento no prohíbe un ordenado deseo de riquezas, como sería una aspiración
a un mayor bienestar legítimamente conseguido; manda conformarnos con los bienes
que Dios nos ha dado y con los que honradamente podamos adquirir. Pero sí sería
pecado murmurar con rabia contra Dios porque no te da más; y tener envidia de
los bienes ajenos. No sacrifiques tu felicidad por nada. ¿Cuál es el
valor de los bienes materiales, y cuál debe ser tu actitud ante ellos, para que
seas feliz? Es lo que te explicaré. Y para ello me inspiraré en la Sagrada
Escritura, que es la Palabra de Dios viva y siempre actual. ¿Quién mejor que
Dios para explicarnos el valor de las riquezas? ¿Qué te parece, si vemos
estos puntos en la explicación del décimo mandamiento? I. ¿Qué dice el
Antiguo Testamento sobre el uso de las riquezas? II. ¿Cuál es la novedad y la
postura de Cristo ante las riquezas materiales? III. Atropellos contra este
décimo mandamiento. IV. A modo de resumen.
I. LOS BIENES MATERIALES
EN EL ANTIGUO TESTAMENTO No sé si has leído el Antiguo Testamento.
Sé que no es fácil leerlo. Pero algo quiere enseñarte Dios en relación a los
bienes materiales, para que te sirvan para tu propia felicidad y no para tu
destrucción. En la época más antigua de la historia de Israel, en la
época del nomadismo 54, la
propiedad de los bienes era comunitaria o, más exactamente, tribal. La riqueza
era exaltada como bendición de Dios y signo de su predilección, relacionada con
la fidelidad a la Alianza. Y la pobreza, como maldición divina. Más
tarde, se fue cambiando esta concepción. Surgieron los latifundios, los abusos
de los propietarios, los impuestos excesivos, la corrupción de la justicia, y se
fue planteando cada vez más la urgencia de la opción entre el rico y el pobre.
Y se dieron en ese tiempo unas normas bien claras: prohibición de la
usura y avaricia, obligación de la limosna y del amor compasivo y efectivo al
pobre, tutela legal del salario del jornalero. El año jubilar (cada cincuenta
años) traía consigo la devolución de la tierra al propietario original y su
reposo integral, así como la liberación general de personas y bienes: cada uno
volvía a su propio clan y recobraba su patrimonio. Y todos, felices. Los
mismos profetas alzaron la voz contra los ricos injustos, contra la codicia y la
avaricia. Te recomiendo que leas en esta clave al profeta Amós y Miqueas. Los
profetas criticaban la religión sin ética social que muchos pretendían practicar
y recordaban las exigencias ético-sociales de la alianza que Dios había
establecido con su pueblo; es decir, riqueza y cumplimiento de las exigencias de
la alianza con Dios deben ir unidos para que así pudieran experimentar la
felicidad. Con todo esto, se pusieron en claro unos valores, ya desde el
Antiguo Testamento, en relación con los bienes materiales:
Dios tiene el señorío universal sobre la tierra: “La tierra es mía y
vosotros sois para mí como forasteros y huéspedes” (Levítico 25, 23). Apunta
bien esto, pues no eres dueño, sino administrador de cuanto Dios, tu Dueño, te
ha dado.
La estabilidad y felicidad de la sociedad está fundada sobre la familia y
sus bienes. Tienes que respetarlos.
La riqueza deja de ser el bien supremo o el valor preferente... y tampoco es
síntoma de bendición divina. No olvides que el bien supremo sigue siendo Dios, y
no tanto las cosas de Dios. Y Dios da la felicidad que buscas. No sacrifiques tu
felicidad poniendo las riquezas por encima de Dios.
La justicia tiene un carácter religioso y hay que integrarla en la
fraternidad de los miembros de la comunidad israelita, y extenderla a los
forasteros residentes en Israel. La justicia no es una virtud “profana” o
“civil”, sino netamente religiosa 55 .
Hay que compartir la riqueza con los más necesitados. Si hay pobres y
miserables es porque alguien se está comiendo y está usando lo que les pertenece
a ellos. Compartiendo tu riqueza, haces felices a otros, que no tienen.
La pobreza tiene también un valor religioso, capaz de enseñar al hombre su
dependencia radical de Dios: sólo de Dios podía esperar el remedio de sus males.
La pobreza se desposa entonces con la humildad. Pobre será el que conforma su
vida a la voluntad de Dios y pone toda su confianza en Él (Salmos 94; 17; 34;
86; 104). Pobre no significa miserable. Dios no quiere la miseria, pero puede
permitir la pobreza para que nos lancemos a sus brazos con confianza ilimitada.
Él te sacará adelante, si eres pobre; y te dará la paciencia para sobrellevarla
con dignidad.
La riqueza -dirán los libros sapienciales de la Biblia (Eclesiástico,
Sabiduría, Eclesiastés)- es buena, pero hay valores supremos a ella; por
ejemplo, la amistad, el amor, la paz, la tranquilidad, la sabiduría, la
integridad moral. En general estos libros sapienciales no exaltan la pobreza; es
más, a veces la ven como fruto de la pereza, holgazanería e indolencia.
¡Cuidado, pues!
El libro de la Sabiduría te dice que el pecado entró en el mundo por la
envidia del diablo (2, 24). Y san Agustín veía en la envidia el pecado diabólico
por excelencia.
Ya desde el Antiguo Testamento, pues, se inicia un
proceso de interiorización de la pobreza que en el Nuevo Testamento será
totalmente explícito con el mensaje de Cristo. Este proceso de interiorización
será en dos direcciones: en la primera de ellas, se parte de la pobreza como
hecho social, y se llega a la consideración de la pobreza como un valor
religioso, capaz de enseñar al hombre su dependencia radical de Dios; en la
segunda, se parte de la religión como actitud menesterosa y libre ante Dios y se
empieza a valorar la pobreza como expresión de esa actitud religiosa.
Leí este artículo en el suplemento español Fe y Razón del 29 de junio de
2005, titulado “La ligereza del pájaro”, escrito por el cardenal Ricardo María
Carles. Me sirve para resumir un poco lo que entraña este décimo mandamiento:
“Un pequeño pájaro, que no me había visto, se lanzó al borde del
agua. Como suelen, antes de beber, miró rápidamente alrededor. Permanecí
inmóvil. Bebió brevísimamente y alzó el vuelo. Desapareció rápido entre el monte
bajo.
En las montañas he podido contemplar muchas veces escenas
maravillosas de los animales más variados. Pero éste me sugirió unos
pensamientos que nunca había asociado a ellos. En acabar de beber y levantar su
cabecita, dejándome ver su pecho bermejo –era un pitirrojo - me pareció que
decía: «Es suficiente». El pajarillo quedó saciado con unas gotas. Por eso, ante
una charca o ante un lago, bebe la misma cantidad. Jamás trata de agotar todo lo
que sus vivos ojos alcanzan a ver. Pues no bebe para asegurarse toda la vida.
Toma siempre lo que «le es suficiente».
Tiene la sabiduría de no dejarse
tentar por la abundancia. No le inquieta abandonar un lago o campos inmensos de
onduladas mieses. Le bastan tres granos de trigo, y… a volar, libre de toda
necesidad de acaparar.
Algunos hombres sufren la esclavitud de la
obsesión por la abundancia. Muy duramente criticó el filósofo cristiano
Kierkegaard al que «se hace esclavo del comer y del beber, de la riqueza y del
dinero, hasta el extremo de ser una maldición para sí mismo, una náusea para la
naturaleza y una infección para el género humano».
Nada tiene que ver
ello con las previsiones razonables de futuro. Si «vivir es preferir», como
afirma otro sabio y gran cristiano, Julián Marías, en su «Tratado de lo mejor»,
¿se puede llegar a vivir humanamente, cuando cada día se está prefiriendo lo que
vale menos que uno mismo: lo material, sean bienes, sea dinero?
El
hombre elige constantemente entre posibilidades. Por eso toda mutilación de su
horizonte total es ya una inmoralidad, una de las más graves y frecuentes de
nuestro tiempo. Hay formas de vida cuya inmoralidad radical, aunque no visible,
«consiste en suprimir de la vida elementos con los que tendría que contar».
En algunos se hace realidad la afirmación de Von Balthasar de que
quienes quieren vivir «una libertad sin ley» caen en una «ley sin libertad»: la
del ansia incontenible de tener siempre más. Hay dos «elementos» de los que no
se puede prescindir sin negarse como hombre o fallar como cristiano: los que nos
necesitan, y la llamada de Dios a la superación espiritual, que Juan de la Cruz
expresaría como «unión con Dios».
¿Entendiste la moraleja? “Beber lo
suficiente para el día, sin querer acabarse el río o el charco o el mar de un
sorbo”. ¿No pides en el padrenuestro “Danos hoy nuestro pan de cada día”?
¿Entonces para que quieres tener asegurado el pan para todos los días de la
semana, del mes, del año? No seas avaro. Si Dios nos diera más pan que el que
necesitamos para el día, seguramente que se endurecería.
Con el pan de
cada día, puedes ser feliz.
II. LA NOVEDAD DEL MENSAJE DE CRISTO
FRENTE A LOS BIENES
Jesús interioriza más el Decálogo del Antiguo
Testamento y radicaliza sus exigencias internas, lo interpreta y lo vive Él
mismo desde su entrega total al Padre y a los hermanos y, sobre todo, da a los
hombres la gracia de su Espíritu, que transforma desde dentro el corazón humano
y lo habilita para que pueda seguirle en el camino de esa entrega,
desprendimiento y de confianza plena en las manos de Dios.
El Decálogo
del Antiguo Testamento apuntaba ya a la regularización de las inclinaciones
profundas del corazón. Por ejemplo: el primer mandamiento pide al hombre que ame
a Dios sobre todas las cosas, con todas las fuerzas. Ese amor no puede referirse
a un acto externo, sino a la orientación misma del corazón, que enmarca la vida
entera. O también este ejemplo: el Decálogo del Antiguo Testamento, además de
prohibir el adulterio, prohíbe desear la mujer del prójimo; y además de prohibir
robar o retener injustamente los bienes del prójimo, pretende regular la actitud
profunda del corazón en relación a los bienes materiales del prójimo cuando
dice: “No codiciarás los bienes ajenos”.
Después de leer el Nuevo
Testamento, quedan claros estos principios:
Los bienes materiales son buenos en cuanto creados por Dios para el uso del
hombre. Úsalos bien y para lo que Dios quiere: tu propia dignidad y para ayudar
a los necesitados. Así vivirás feliz.
Las riquezas, no obstante, no dejan de tener carácter ilusorio y peligroso,
pues crean un sentido de falsa seguridad y pueden apartar el corazón de Dios.
Así se explican estos textos: Mateo 6,24: “No podéis servir a Dios y al dinero”.
Mateo 13,22: La seducción del dinero asfixia el mensaje (la semilla de Dios) y
queda sin fruto. Lucas 12, 15-21: La parábola del rico: “¿Para quién va a ser
todo lo que has acaparado?”. El apego a la riqueza pone en jaque tu
felicidad.
Jesús deja bien claro además la necesaria conversión del corazón, para poder
poner en su lugar la riqueza. El deseo inmoderado de riqueza genera la envidia
que puede conducir al hombre a cometer los mayores crímenes, como le pasó a
David, como ya antes te dije56 . Y
la envidia es destructora de la felicidad interior.
Y una vez convertido, urge compartir tus bienes con el necesitado. Si no,
corre peligro la salvación del alma. El apego a la riqueza no permite escuchar
la palabra de Dios. Aquí las riquezas se convierten en un ídolo que pretende dar
la felicidad y la salvación, pero que es creador de muerte. Por eso Jesús dice
“Es imposible servir a Dios y a las riquezas” (Mateo 6, 24).
Jesús mismo
vivió una vida pobre, desprendida. Fue una opción suya, para así ponerse en las
manos de su Padre y darnos ejemplo de vida.
Pero algo importante que hizo
Jesús: predicó su amor también para con los ricos. Jesús no es un resentido u
obsesivo por la pobreza. Sabía gozar de los bienes de la vida, no rehuía los
círculos de los ricos y aceptaba sus invitaciones a los banquetes, hasta el
extremo de que sus enemigos pudieron motejarle de “glotón y bebedor”. Si pide al
joven rico que abandone sus posesiones y se las dé a los pobres, el verdadero
motivo de tal exigencia es el seguimiento de Jesús, no el desprecio de los
bienes materiales. También a los ricos les anunció la buena noticia del Reino,
pues confiaba en su capacidad de conversión: “Es imposible para los hombres,
mas para Dios todo es posible” (Mateo 19, 26).
Jesús propone no sólo
el desapego y renuncia a la riqueza, sino también la distribución de los bienes
entre los pobres. “Si quieres ser perfecto, anda, vende lo que tienes y dáselo a
los pobres” (Mateo 19, 21).
Jesús, además, da importancia a la limosna y
a las obras de misericordia corporal, como elementos del seguimiento y así
participar del Reino de Dios (Marcos 10, 21; Mateo 6, 2-4; Lucas 3, 11). Algunos
pasajes, como el elogio de la viuda que da todo lo que tenía para vivir (Lucas
21, 1-4), conciben la limosna como un compartir todos los bienes propios con los
necesitados, un compartir que va más allá del cálculo casuístico de lo
superfluo. Esto lo entendieron muy bien los primeros cristianos, según se nos
narra en los Hechos de los apóstoles.
El mensaje del Nuevo Testamento es
la invitación a la generosidad y al desprendimiento del corazón. San Pablo llega
a afirmar que “la raíz de todos los males es la avaricia” (1 Timoteo 6, 10). En
cambio, invita repetidamente a la generosidad como imitación de Cristo, que
“siendo rico, por vosotros se hizo pobre, a fin de que os enriquecierais con
su pobreza” (2 Corintios 8, 9-15).
¿Cuáles son las verdaderas
riquezas de la Iglesia, hoy que se echa en cara los tesoros del
Vaticano?
Te contaré un hecho histórico para que sepas dónde están las
verdaderas riquezas de la Iglesia.
En el año 258, el emperador Valeriano
promulgó un edicto por el que todos los obispos, sacerdotes y diáconos habían de
ser inmediatamente detenidos y juzgados. El Papa Sixto II fue uno de los
primeros en ser encarcelado. Sixto había confiado el tesoro de la Iglesia al
diácono Lorenzo -de origen español, por cierto-, con instrucciones precisas para
distribuirlo todo entre las viudas y los huérfanos si fuera preciso.
Así
sucedió, en efecto, y Lorenzo vendió todos los vasos sagrados. Cuando e1 Papa
era conducido al suplicio. Lorenzo lo seguía con lágrimas en los ojos. Le
aseguró que había ya cumplido sus órdenes y sintió no acompañarle en el
sacrificio. El Papa le anunció que no tardaría también él en padecer por
Cristo.
A los pocos días el diácono Lorenzo fue arrestado. El prefecto le
exigió la entrega de los tesoros de la Iglesia.
- La Iglesia es en
verdad, muy rica -dijo Lorenzo.
Y añadió:
- Yo te enseñaré sus
tesoros, pero has de darme un poco de tiempo para recogerlos.
Obtenido
el permiso, fue en busca de las viudas, huérfanos, inválidos y ancianos a
quienes la Iglesia socorría con gran caridad. Los reunió en hileras, y a
continuación los llevó ante el prefecto:
- He aquí los tesoros de la
Iglesia.
No tardó Lorenzo en conocer el martirio.
¿Ya entendiste
dónde están los auténticos tesoros de la Iglesia?
Ahí te va otra anécdota
para que la saborees.
Cuando el hombre se encuentra en el umbral de la
eternidad, riquezas y honores bien poca cosa dicen. Estando a la muerte uno de
los principales generales de Luis XIV, el rey, que le distinguía con particular
aprecio, en reconocimiento de sus gloriosos servicios, le hizo llevar el bastón
de mariscal de Francia.
El general, tomando con mano temblorosa la
insignia que se le ofrecía, exclamó:
- Muy hermosa es, majestad, pero me
será inútil en el país adonde voy.
Enseguida la dejó y tomó un crucifijo
que cubrió de besos.
III. ¿CUÁLES SON LOS PECADOS CONTRA ESTE
DÉCIMO MANDAMIENTO?
Déjame contarte el cuento del rey Midas, narrado
por Nathaniel Hawthorne.
Había una vez un rey muy rico que se llamaba
Midas. Tenía más oro que nadie en el mundo, pero siempre estaba preocupado por
tener más.
Pasaba largas horas del día en sus arcas, contemplando y
contando sus monedas, observando su brillo mientras las dejaba deslizar
suavemente entre sus dedos.
El rey tenía una hija llamada Caléndula, a
quien quería muchísimo y, aunque no tenía nunca tiempo de jugar con ella o
contarle cuentos, por estar ocupado en pensar cómo obtener más dinero, la veía
con ternura y siempre le decía que sería la princesa más rica del
mundo.
A Caléndula, el oro la tenía sin cuidado. Ella disfrutaba en el
jardín con sus flores, el canto de los pájaros y el brillo del sol sobre el
estanque.
Un buen día, mientras Midas contaba su dinero, se le apareció
un personaje vestido de blanco quien le preguntó si estaba satisfecho por ser
tan rico.
- ¿Satisfecho?, de ninguna manera, contestó el rey. Tengo mucho
oro, pero no es nada en comparación con todo el oro que existe en el
mundo.
El personaje le preguntó:
- ¿Serías feliz si pudieras
convertir en oro todo lo que tocaras?
- Por supuesto, contestó el rey.
Con eso he soñado toda la vida. Estoy seguro de que sería completamente feliz si
pudiera convertir en oro todo lo que tocara.
- Muy bien, respondió el
extraño visitante, desde mañana tu deseo se hará realidad.
Al día
siguiente Midas despertó y en cuanto tocó las sábanas de su cama, éstas se
convirtieron en oro. El rey no cabía en sí de la felicidad. Bajó las escaleras
tocando todo lo que encontraba a su paso y todo se convertía en oro puro. Salió
al jardín y tocó las rosas de su hija y los pájaros, los cuales inmediatamente
se convirtieron en estatuas de oro.
Cansado, decidió el rey sentarse a
desayunar, pero al tocar el jugoso melocotón que quería comer, éste se volvió en
oro y el rey no pudo comerlo. Intentó beber un poco de leche, pero también le
resultó imposible, pues la leche también se convirtió en oro al contacto con sus
labios.
El rey comenzó a entristecerse, pues tenía sed y hambre, y no
podía saciarlas. En ese momento entró su hija Caléndula, quien lloraba porque
sus flores ya no olían y sus pájaros ya no cantaban por ser de oro.
El
rey la abrazó para consolarla y al instante la niña se convirtió en una estatua
de oro.
Midas comenzó a llorar amargamente. Comprendió que en esta vida
hay miles de cosas que valen más que todo el oro del mundo: el olor de las
rosas, el canto de los pájaros, el sabor de un melocotón y la sonrisa en los
labios de su hija. Su ambición le había llevado a perder todo lo que más amaba
en el mundo.
Moraleja: la felicidad no está en tener más oro.
Vemos ahora los pecados contra tu felicidad.
1. Avaricia o
codicia
a) Definición: Es el amor desordenado a los
bienes terrenales (nuestro dinero, casa, hijos, cosas). Avaricia es el
acaparamiento desordenado de bienes materiales. El desorden puede estar:
En la intención: desear las riquezas por ellas mismas, como un fin y
no como un medio para poder vestir y alimentar a la propia familia y para ayudar
a la Iglesia y a los más necesitados.
En la manera de conseguir esa riqueza; por ejemplo con ansiedad, por
todos los medios posibles (a veces ilícitos y malos), dañando al prójimo, la
propia salud, la de nuestros empleados, si somos jefes, haciéndoles trabajar más
horas de las debidas.
En la manera de usarla, sólo para ti, todo para ti, en vez de usarla
para los más necesitados, en obras de caridad, de sanidad.
b)
Malicia de la avaricia: La avaricia en ocasiones puede ser grave porque
es una señal de falta de confianza en la providencia de Dios (si damos para los
demás no nos quedamos con nada); es, además, una falta contra la caridad; hay
excesiva confianza en ti mismo.
Todo esto es muy grave porque se llega a
convertir al dinero en ídolo. Nadie puede servir a Dios y al dinero (Mateo 6,
24).
c) Consecuencias:
Una gran desazón interior, intranquilidad.
Te impide volar hacia la santidad, te ata aquí abajo.
Te impide hacer apostolado, que es misión del bautizado.
Tu corazón queda aprisionado.
Al igual que Midas echó a perder su
vida convirtiendo en oro hasta a su propia hija, también nosotros podemos echar
a perder lo que más amamos si nos dejamos llevar por la codicia.
A tu
alrededor puedes ver a cientos de niños y jóvenes que viven como huérfanos,
debido a que sus padres dedican todo su tiempo a conseguir más dinero y se
olvidan de dedicar un tiempo a sus hijos. Estos padres han convertido el amor en
una estatua de oro y han dejado de disfrutar de las sonrisas de sus hijos por el
ansia desmedida de dinero.
Puedes ver cientos de familias divididas en la
vida diaria por el exceso de bienes materiales: cada hijo tiene su propio
cuarto, su propia televisión y tal vez su propio auto y su propio chofer. Estas
pobres familias ricas han cambiado la riqueza que sólo se obtiene en la diaria
convivencia con la familia, por objetos fríos e inertes. En estas familias,
aunque sean numerosas, cada miembro vive en la más cruda soledad.
Puedes
ver también miles de personas que simplemente ya no disfrutan nada de lo bonito
del mundo por estar preocupados por sus bienes materiales.
Por ejemplo:
el señor que no duerme por pensar si suben o bajan sus acciones en la bolsa de
valores; el joven que no disfruta de las reuniones, ni pone atención en clases
por pensar que le pueden robar su coche que dejó estacionado en la calle; la
jovencita que ya no quiere ir a las fiestas con sus amigos, porque se siente
avergonzada por no tener el atuendo de moda; el niño que ya no sabe jugar con su
imaginación porque sus padres le compran juguetes nuevos todos los días,
juguetes que le atrofian la mente y la imaginación y le impiden disfrutar del
canto de los pájaros, de la hormiga que se esconde, de la mariposa que vuela en
el jardín. Estos niños siempre están insatisfechos y son mucho menos felices que
aquellos que cuentan sólo con lo necesario.
Dios no desea esto para el
hombre y por eso le da el décimo mandamiento. Él quiere que busquemos la
felicidad donde sí la podemos encontrar y no quiere que perdamos lo más valioso
que tenemos por buscar tener más y más bienes materiales.
d)
Remedios:
reflexionar en que las riquezas no son fin sino medios que Dios te da para
remediar tus necesidades y las de los demás.
reflexionar que eres administrador y no dueño de tu riqueza y que has de dar
cuenta de lo usado o abusado, como así también de las cualidades que debes poner
al servicio de Dios. El apostolado pone a prueba esas cualidades.
reflexionar que el dinero es pasajero, efímero, que hoy lo tienes y mañana
lo puedes perder.
reflexionar que el dinero no lo llevarás a la otra vida y en cambio llevarás
las obras buenas que has hecho. Si fueras prudente atesorarías para el cielo y
no para la tierra (Mateo 6, 19-20). Pon todo en manos de Dios. Las manos de Dios
son más seguras que un banco o mil acciones de bolsa y que cualquier empresa que
puede quebrar.
cultivo de la pureza del corazón y del desprendimiento interior. Cuanto más
puro, más desprendido serás.
Sobre la avaricia te traigo esta
anécdota.
Cierto día un mercader ambulante iba caminando hacia un pueblo.
Por el camino encontró una bolsa con 800 dólares. El mercader decidió buscar a
la persona que había perdido el dinero para entregárselo pues pensó que el
dinero pertenecía a alguien que llevaba su misma ruta.
Cuando llego a la
ciudad, fue a visitar a un amigo.
- ¿Sabes quién ha perdido una gran
cantidad de dinero? - le preguntó a éste. - Sí, sí. Lo perdió Juan, nuestro
vecino, que vive en la casa del frente.
El mercader fue a la casa
indicada y devolvió la bolsa. Juan era una persona avara y apenas terminó de
contar el dinero gritó:
- ¡Faltan 100 dólares! Esa era la cantidad de
dinero que yo te iba a dar como recompensa. ¿Cómo lo has agarrado sin mi
permiso? Vete de una vez. Ya no tienes nada que hacer aquí.
El honrado
mercader se sintió indignado por la falta de agradecimiento. No quiso pasar por
ladrón y fue a ver al juez.
El avaro fue llamado a la corte. Insistió
ante el juez que la bolsa contenía 900 dólares. El mercader aseguraba que eran
800. El juez, que tenía fama de sabio y honrado, no tardó en decidir el caso. Le
preguntó al avaro:
- Tú dices que la bolsa contenía 900 dólares,
¿verdad? - Sí, señor - respondió Juan. - Tú dices que la bolsa contenía
800 dólares - le preguntó el juez al mercader. - Sí, señor. - Pues, bien
-dijo el juez- considero que ambos son personas honradas e incapaces de mentir.
Te considero honrado a ti porque has devuelto la bolsa con el dinero, pudiéndote
quedar con ella. También considero honrado a Juan, porque lo conozco desde hace
tiempo. Esta bolsa de dinero no es la de Juan; la de él contenía 900 dólares.
Ésta sólo tiene 800. Así pues, quédate tú con ella hasta que aparezca su dueño.
Y tú, Juan, espera que alguien te devuelva la tuya.
¡Vaya moraleja puedes
sacar de este ejemplo!
2. La envidia, hermana de la
codicia
a) Definición: Es una pasión desordenada que
nos lleva a sentir tristeza al ver y constatar el bien ajeno, las cualidades del
otro, el coche del otro, la novia del otro, el pantalón del otro, la casa del
otro, etc. Es muy sutil. Lo peor de todo es que se desea que ese bien
desaparezca, se desea el mal al otro, por eso es un pecado capital. Pensamos que
ese bien nos disminuye. Es más, el envidioso se alegra cuando le va mal al otro,
que tenía tantas cualidades.
b) Distingue estos términos
celos: se defiende el propio bien de uno con amor excesivo y temor de
ser superado por los otros.
emulación: es un sentimiento laudable, bueno, que nos mueve a imitar,
igualar y si es posible, por amor a Dios, superar los talentos buenos de los
demás, por medios legítimos. Para que sea buena la emulación tiene que ser:
+ honesta en su objeto, es decir, querer las cualidades del otro
y no los vicios; + noble en su intención, es decir, por amor a Dios;
no se debe hacer para ser más que los demás, que sería orgullo, ni para humillar
a los demás (falta de caridad). + legal en el procedimiento, no usar
la astucia, la intriga, sí el esfuerzo. Sed imitadores míos como yo lo soy de
Cristo, decía san Pablo.
c) Origen: La envidia tiene su
origen en la soberbia que es, junto a la sensualidad, madre de los demás
pecados.
d) Malicia de la envidia: en sí es un pecado muy
grave porque se opone a la virtud de la caridad que es la principal virtud de un
cristiano, que te manda alegrarte del bien del prójimo. Cuanto más envidias
mayor es el pecado. Santo Tomás decía que la envidia de los bienes espirituales
del otro es pecado gravísimo. Suscita odio, calumnia, murmuraciones, deseos
malos, siembra divisiones, impulsa a la búsqueda inmoderada de
riquezas.
e) Remedios contra la envidia
alegrarte de los triunfos de compañeros.
fomentar la emulación buena entre tus amigos.
pedir la gracia de Dios para que te conceda un corazón grande, magnánimo,
generoso.
No olvides que la avaricia y la envidia acaban teniendo efectos
destructivos en el propio hombre, le alienan y, sobre todo, le cierran a la
Palabra de Dios y a los valores novedosos de su Reino. Le roban la felicidad
interior.
Una forma muy actual de alienación y de infelicidad es el
consumismo, que reduce la vida humana a un mero consumo de bienes materiales y
te hace sordo para los valores espirituales. Por eso es tan necesario esforzarse
en implantar estilos de vida que abran a los hombres a la búsqueda de la verdad
y del bien, así como a la comunión con los demás hombres para un crecimiento
común.
El precepto de desprendimiento de las riquezas es obligatorio para
entrar en el Reino de los Cielos. Espero que tú quieras entrar en el cielo, que
es tu destino definitivo. Acuérdate de lo que dice la Sagrada Escritura, que
aunque uno viva en abundancia, su vida no está asegurada con sus bienes (Hechos
12, 13). Serías un insensato, si quieres atesorar bienes para ti y no te
enriqueces ante Dios57 .
Por
eso, Jesús te invita a poner tesoros en el cielo, a confiar en la providencia
del Padre del Cielo. Este abandono en manos de Dios te libera de la inquietud
por el mañana (Mateo 6, 25-34). La confianza en Dios te dispone a la
bienaventuranza de los pobres, para poder ver a Dios y ser feliz aquí en la
tierra con lo que tienes.
El que ya participa de la vida de Dios en este
mundo, por la fe, la esperanza y la caridad, tiene ya aquí “el ciento por
uno” (Marcos 10, 30), y vive con la certeza anticipada de la vida eterna. En
esto consiste la felicidad y la libertad verdadera, “la libertad gloriosa de los
hijos de Dios” (Romanos 8, 21).
Vivimos en un mundo en el que se cumple
lo que ya a principios del siglo XX afirmaba el poeta Thomas S. Eliot:
“Parece que ha sucedido algo que no había sucedido jamás…los hombres han
abandonado a Dios, no por otros dioses, sino por ningún dios; y esto no había
sucedido nunca. Profesan primero la razón, y luego, el Dinero, el Poder, y eso
que llaman la Vida, la Raza o la Dialéctica…Desierto y vacío, y tinieblas sobre
la faz del abismo…cuando los hombres se han olvidado de todos los dioses,
excepto la Usura, la Lujuria y el Poder” (Coros de La Roca, VII).
En
un mundo poseído por esos falsos dioses, la humanidad no se encontrará a sí
misma; ni tú encontrarás la felicidad. Al revés, te destruyes, como vemos
suceder cada día ante nuestros ojos.
Sólo un retorno a Cristo, sólo una
verdadera conversión del corazón al verdadero bien del hombre, que es Dios,
podría poner las bases de una sociedad fundada en el trabajo solidario por el
bien común de los hombres, y no fundada en la codicia. Y habría felicidad
auténtica.
¡Conversión del corazón!
Ahí te va otra anécdota
hermosa:
Había en el oriente un príncipe riquísimo, pero duro y avaro.
Todos sus súbditos lo odiaban.
Un día llamó a su primer ministro, y le
ordenó:
- Hay que cobrar todos los impuestos. - Príncipe -le dijo el
ministro-, este año la gente perdió toda su cosecha, y se muere de hambre; la
gente no puede pagar impuestos.
El príncipe gritó:
- ¿Crees que
estoy loco? Yo no voy a perder todo este dinero.
El ministro preguntó:
- ¿Cómo debo emplear el dinero de los impuestos? - Tú verás lo que
es más urgente reparar en mi palacio, y repáralo.
El ministro
inspeccionó el palacio; vio algunas paredes descuarteadas. Pero el problema más
grave era el disgusto general del pueblo.
Y concluyó: En verdad es
urgente hacer algunas reparaciones profundas.
Luego partió para cobrar
los impuestos.
Pero en las ciudades y poblados el ministro pregonaba:
-¡Este año el príncipe les perdona a ustedes todos los impuestos!
Por
todas partes, hubo regocijo y fiesta. El primer ministro regresó.
El
príncipe le preguntó:
- ¿Dónde está el dinero? - Príncipe, ya lo
gasté en reparar lo más urgente del palacio.
E invitó al príncipe y a su
corte a ver las... “reparaciones”. Al salir del palacio, una enorme multitud
rodeó al príncipe, entre aplausos y gritos:”¡Viva nuestro príncipe! ¡Que Dios lo
bendiga a él y a su familia!”.
El príncipe preguntó al ministro por qué
tanta fiesta a su alrededor.
El ministro le explicó:
- Porque ya
se han hecho las reparaciones más urgentes al palacio. Príncipe, me di cuenta
que los daños más graves no estaban en los muros, sino en los corazones; era
urgente recobrar la alegría que brota de la bondad; y encendí esta alegría
perdonando a todo el pueblo los impuestos.
En medio del incontenible
alborozo popular, aparecieron finalmente en el rostro del príncipe las primeras
lágrimas y las primeras sonrisas de felicidad.
¿Quién se atrevería hoy a
imitar este caso?
IV. A MODO DE RESUMEN
“No amontonéis
tesoros en la tierra, donde hay polilla y herrumbre que corroen, y ladrones que
socavan y roban. Amontonad más bien tesoros en el cielo, donde no hay polilla ni
herrumbre que corroan, ni ladrones que socaven y roben. Porque donde está tu
tesoro, allí estará también tu corazón” (Mateo 6, 19-21).
1°
Puedes disfrutar de los bienes de este mundo con moderación: “todo es bueno”
para el bien tuyo personal y el de tu familia. En el cielo no habrá pobreza:
“tierra que mana leche y miel”. Los bienes son medios, no son fin. El único fin
en tu vida es Dios, estar en comunión con Él. Dios es la única y verdadera
riqueza. Si pierdes a Dios, eres el más pobre y miserable del
mundo.
2° El deseo inmoderado de riquezas te puede inducir a
cometer todo tipo de crímenes, como ya advertía el poeta pagano Virgilio (Eneida
3,53) y, con más autoridad, San Pablo (1 Tm. 6,10). San Gregorio Magno menciona
hasta seis desórdenes morales que nacen de la avaricia, que después Santo Tomás
sintetiza en éstos.
La avaricia hace perder la sensibilidad hacia la desgracia del prójimo.
El avaro a fin de conseguir la riqueza recurre, si es necesario, a la
violencia, al engaño doloso, e incluso al perjurio; cede al fraude en los
negocios y llega hasta la traición de las personas, como es el caso de Judas
(Suma Teológica, Parte II-II, cuestión 108, artículo 8).
El deseo inmoderado de riqueza genera la envidia, que puede conducir al
hombre a cometer los mayores crímenes. San Agustín dice: “De la envidia nace el
odio, la maledicencia, la calumnia, el desear el mal del prójimo”.
El deseo desordenado de riqueza cierra el corazón del hombre a la semilla de
la Palabra de Dios y a los valores del Reino.
3° Me preguntarás
qué debe hacer la autoridad al respecto. La autoridad debe poner los medios para
fomentar una mejor prosperidad pública y mejorar el nivel de vida del pueblo,
con una justa distribución de la riqueza. Los padres deben procurar los bienes
convenientes para asegurar a sus hijos un buen porvenir. Los poseedores de
riquezas deben cuidar de su mayor rendimiento y de su acertada inversión para
crear otras fuentes de riqueza y nuevos puestos de trabajo, en conformidad con
las necesidades del bien común. Todos debemos cooperar, con nuestro trabajo, al
mayor bienestar y prosperidad pública y privada. Pero el deseo de riquezas debe
estar moderado por la virtud de la justicia distributiva y social. Y no podemos
aspirar a ellas sino por medios lícitos y con fines honestos.
4°
El deseo inmoderado de riquezas con fines egoístas y medios injustos provoca
luchas sociales e incluso guerras entre las naciones. Codicia es la idolatría
del dinero. Es un deseo de poseer sin límites que lleva a la explotación del
prójimo, o a no compartir los bienes propios con los necesitados. El ansia de
dinero puede esclavizar lo mismo al que lo tiene que al que no lo tiene. La
Iglesia exalta el desprendimiento de los bienes de este mundo. Pero esto no se
opone al progreso que tiende a hacer desaparecer la miseria que impide practicar
la virtud de algunos sectores sociales.
5° En la enseñanza de la
Iglesia, que recoge para el hombre de hoy el valor de los bienes de este mundo
tal y como se afirma en la Biblia, Palabra revelada de Dios, esto se expresa
diciendo que el derecho de propiedad, aun legítimo, es secundario respecto a
otro principio más originario y fundamental: el del destino universal de los
bienes de la creación, que ya te expliqué en el séptimo mandamiento. Así los
formula la encíclica de Juan Pablo II “Sollicitudo rei socialis”: “Los bienes de
este mundo están originariamente destinados a todos. El derecho de propiedad
privada es válido y necesario, pero no anula el valor de tal principio. En
efecto, sobre ella grava “una hipoteca social”, es decir, posee, como cualidad
intrínseca, una función social fundada y justificada precisamente sobre el
destino universal de los bienes” (número 42).
6° Sé generoso. Ya
sabes que la generosidad es la virtud que contrarresta la avaricia. Es una
virtud hermosa y de almas grandes, nobles y desprendidas. Esta virtud puede ser
llamada también liberalidad. Virtud que tiene que ver sobre todo con los bienes
temporales, o, para decirlo más precisamente, con el dinero y la riqueza. La
liberalidad, te dice santo Tomás, no es sino “el recto uso de dichos bienes
materiales” (II-II, 117, 1 c). La sede específica de la liberalidad son los
afectos, es decir, las actitudes o disposiciones interiores frente a las
riquezas. El principio de liberalidad es un cierto desapego, por el que no se
desea ni se ama tanto al dinero, que uno se cierre a toda generosidad con el
prójimo
El gran filósofo griego Aristóteles dirá que “quien tiene la
virtud relativa al dinero, usará de él rectamente” (Ética a Nicómaco, libro IV,
cap. 1).
¿Qué es lo que se puede hacer con el dinero? El dinero se puede
recibir y se puede dar, se puede acumular y se puede prodigar. La liberalidad
regirá el buen uso que se haga del mismo. El hombre liberal58 sólo recibirá y dará cuando deba y
en la cantidad que corresponda, enseña Aristóteles, lo mismo en las cosas
pequeñas que en las grandes.
Hermosamente ha dicho el Papa san León que
allí donde Dios encuentra la liberalidad “reconoce la imagen de su propia
bondad” (Sermón, Sobre la cuaresma, 11, 5). Y Clemente de Alejandría: “En
realidad, el hombre bienhechor es la imagen de Dios” (Stromata II, 19). Por
tanto, la fuente última de esta virtud de la liberalidad está en Dios, que es
infinitamente generoso. Nos ha dado todo. No se ha reservado nada.
Dios
Padre nos da lo mejor que tiene: a su propio Hijo. Su Hijo Jesucristo nos da
todo, hasta su propia vida. El Espíritu Santo nos da sus santos dones para
santificarnos. En Dios todo es generosidad.
Mediante la práctica de esta
virtud, el hombre se convierte en el instrumento al que Dios recurre para que
los bienes de la tierra no se estanquen y se queden en unos cuantos, sino que
fluyan y lleguen a todos.
Te invito a ser generoso. Da tu dinero. Da tus
cualidades. Da tu tiempo. Y, sobre todo, date a ti mismo, a ejemplo de
Cristo.
La generosidad brotará, si conoces las necesidades de los
hombres, del mundo, de la Iglesia, de los pobres. Si vives metido en ti mismo,
serás un tacaño, un avaro, un mezquino. Siempre será cierto aquel refrán que
dice: “Ojos que no ven, corazón que no siente”.
Me sirve esta anécdota
para aclararte esto:
En una ocasión, un rey de un lejano país, pensando
en que era necesario que su pequeño hijo conociera las necesidades de su pueblo,
tomó al pequeño heredero y lo llevó a dar un paseo por el campo.
- Hijo,
quiero que conozcas lo que es la pobreza. Algún día serás rey y te servirá esta
experiencia para poder conducir mejor tu reino.
Tomó entonces al pequeño
príncipe y lo llevó a dar un largo paseo en el carruaje real. En el camino, el
pequeño observaba las casas, los otros niños, las parcelas de cultivo. En un
punto del camino, pararon en una casa escogida al azar y se acercaron a saludar
a los súbditos que ahí moraban, y entre los que se encontraban unos alegres
niños que correteaban y jugaban con su perro mascota.
Sorpresivamente
fueron invitados por los dueños de esa humilde vivienda a compartir con
ellos sus precarios alimentos, los cuales degustaron todos con alegría.
Nuevamente emprendieron su camino por aquellas vías del reino y pronto los
sorprendió la noche.
Entonces el rey decidió emprender el regreso a
palacio. Al llegar a su residencia, el padre preguntó al pequeño:
- Hijo
mío, ahora, pues, has conocido lo que es la pobreza. ¿Qué me puedes decir al
respecto?
Lo que el pequeño soberano contestó, dejó al padre absorto:
- Padre, gracias por esta gran lección que me has dado. He podido
apreciar la paz y felicidad con la que viven nuestros súbditos. He sentido la
frescura del campo, la belleza de la libertad, la armonía que se vive en sus
hogares. ¡Qué dicha poder admirar el cielo como se ve en los campos, qué alegría
ver las aves volar por los cielos, los animales correr por la campiña! ¡Cómo
quisiera yo poder tener una mascota con quién jugar! ¡Cuánto desearía tener unos
hermanitos como aquellos con los que compartí la comida! Sería inmensamente
feliz si todos los días pudiera admirar la puesta del sol como hoy y como
nuestros súbditos la aprecian todos los días... ¡Qué razón tenías, padre,
cuánta riqueza hay en el mundo, y cuánta pobreza nos aqueja a los
príncipes!... Gracias, padre, por haberme permitido darme cuenta de cuán
pobres somos y cuán ricos son nuestros súbditos. Espero que ellos me
permitan compartir su riqueza cuando yo sea su rey.
Ciertamente la
visión humilde de los niños nos enseña y descubre riquezas que en los adultos
nos es difícil apreciar.
¿Qué te ha parecido?
Pon tus tesoros en
el cielo donde no hay polilla ni herrumbre que corroen, ni ladrones que roben.
Abandónate en la providencia del Padre del cielo, para que goces de una gran paz
del corazón, liberado de angustias y apegos. Él, que es tu Padre, nunca te va
abandonar. ¡Eres su hijo!
No dejes que la amargura de corazón corroa la
paz de tu alma y te quite la felicidad. Aunque la vida sea dura y la queja asome
a tus labios debido a tu pobreza, no dejes que la amargura se apodere de tu
corazón. Esfuérzate por mejorar tu situación y satisfacer tus necesidades, pero
sin amargura.
Esfuérzate, sí, por conseguir riqueza; pero siempre por
medios lícitos; no con espíritu de rebeldía, ni de odios, sino con espíritu
cristiano, con fe en la Providencia de Dios, y sin olvidar que en esta vida no
se puede hacer desaparecer el sufrimiento y las posibles carencias materiales.
Por otra parte, no olvides que no consiste la felicidad en amontonar dinero sino
en cumplir su voluntad y amar a los demás.
Es mucho más importante hacer
buenas obras, pues el premio eterno del cielo vale más que todo el oro del
mundo. Si creyéramos esto de verdad, pondríamos mucho más empeño en practicar el
bien.
Los trabajos fisiológicos de Bert sobre el oxígeno, necesario para
nuestras células, han demostrado que si las células están faltas de él, padecen
y mueren; pero un exceso, también les es nocivo, porque les resulta convulsivo.
Es decir, que nuestro organismo está hecho para una medida; y lo mismo resulta
nocivo una carencia que un exceso. Lo mismo que ocurre con el oxígeno, ocurre
con el azúcar, el calor o la libertad.
Tan perjudicial es una carencia
como un exceso. Y también con los bienes materiales. Lo mismo que hay un mínimo
económico vital, debería fijarse un máximo vital no sobrepasable para poder
permanecer en el equilibrio humano. En los países donde el progreso ha alcanzado
metas altísimas, y una libertad de costumbres sin freno, han resultado hombres
cansados de vivir. Por eso en ellos se multiplican tanto los suicidios. Por
tanto, el dinero no da la felicidad.
La Iglesia tiene sus razones cuando
enseña una ascética de lucha y de vencimiento propio. Esta superación del hombre
sobre sí mismo, aunque exige esfuerzo y sacrificio, llena también de
satisfacciones la vida. La felicidad no está en tener muchas cosas, sino en
saber disfrutar de lo que se tiene y en compartirlo. La felicidad brota de lo
más íntimo de nuestro ser. Quien busca la felicidad fuera de sí mismo es como un
caracol en busca de casa.
Ahí te va una anécdota.
¿Dónde está la
felicidad?
En el principio de los tiempos se reunieron varios demonios
para hacer una de las suyas.
Uno de ellos dijo: - Debemos quitarles algo
a los hombres, pero, ¿qué?
Después de mucho pensar uno dijo: - ¡Ya sé!
Vamos a quitarles la felicidad, pero el problema va a ser dónde esconderla para
que no la puedan encontrar.
Propuso el primero: "Vamos a esconderla en
la cima del monte más alto del mundo", a lo que inmediatamente repuso otro: "No,
recuerda que tienen fuerza, alguna vez alguien puede subir y encontrarla, y si
la encuentra uno, ya todos sabrán donde está". Luego propuso otro: "Entonces
vamos a esconderla en el fondo del mar", y otro contestó: "No, recuerda que
tienen curiosidad, alguna vez alguien construirá algún aparato para poder bajar
y entonces la encontrará". Uno más dijo: "Escondámosla en un planeta lejano a la
Tierra". Y le dijeron: "No, recuerda que tienen inteligencia, y un día alguien
va a construir una nave en la que pueda viajar a otros planetas y la va a
descubrir, y entonces todos tendrán felicidad".
El último de ellos era
un demonio que había permanecido en silencio escuchando atentamente cada una de
las propuestas de los demás. Analizó cada una de ellas y entonces dijo: - Creo
saber dónde ponerla para que realmente nunca la encuentren.
Todos
voltearon asombrados y preguntaron al mismo tiempo: "¿Dónde?". El demonio
respondió: "La esconderemos dentro de ellos mismos, estarán tan ocupados
buscándola fuera que nunca la encontrarán". Todos estuvieron de acuerdo y desde
entonces ha sido así: el hombre se pasa la vida buscando la felicidad sin saber
que la trae consigo en su corazón.
La felicidad no está en poseer cosas.
La felicidad está en tu interior, en la riqueza de tu corazón noble y generoso.
¿Conoces la historia de la espada de Damocles?
Damocles fue un
cortesano adulador de Dionisio I, tirano de Siracusa. Se pasaba el día alabando
la riqueza, magnificencia y felicidad del tirano. Un día Dionisio tuvo la idea
de invitarle a un espléndido banquete, en el que los criados servían a Damocles
como si fuera el mismo rey.
Pero encima de su cabeza pendía una espada
del techo, sujeta tan sólo por una crin de caballo. Horrorizado, nervioso,
Damocles no lograba llevar a la boca nada. No podía apartar de su mente un
instante la visión de aquella espada que en cualquier momento amenazaba con caer
sobre su cabeza. Pidió permiso para retirarse cuanto antes. Bien se dio cuenta
de la lección que acababa de darle: el tirano Dionisio no era tan feliz como
parecía, pues no se le ocultaba que en cualquier instante podía terminarse su
reinado.
La alegría es posible en todas las circunstancias de la vida.
Los que no la encuentran es porque la buscan donde no está. En lugar de buscarla
en uno mismo, la buscan en cosas exteriores que dejan el corazón vacío, y
después viene el tedio y la tristeza. La felicidad está en disfrutar de lo que
tenemos, y no en desear lo que no podemos tener. Acuérdate de aquel que se
quejaba porque no tenía zapatos, y yendo por la calle vio a uno que no tenía
pies, y se dijo: “¡Qué tonto y egoísta soy! Yo, quejándome de que no tengo
zapatos, y éste hombre, sonriente, no tiene pies, y no se queja”.
Te
contaré lo siguiente.
Estaba Dios sentado en su trono y decidió bajar a
la tierra en forma de mendigo sucio y harapiento. Llegó entonces el Señor a la
casa de un zapatero y tuvieron esta conversación:
- Mira que soy tan
pobre que no tengo ni siquiera otras sandalias, y como ves están rotas e
inservibles. ¿Podrías tú reparármelas, por favor, porque no tengo
dinero?
El zapatero le contestó:
- ¿Acaso no ves mi pobreza?
Estoy lleno de deudas y estoy en una situación muy pobre; y, ¿aun así quieres
que te repare gratis tus sandalias?
- Te puedo dar lo que quieras si me
las arreglas.
El zapatero con mucha desconfianza dijo:
- ¿Me
puedes dar tú el millón de monedas de oro que necesito para ser feliz? - Te
puedo dar 100 millones de monedas de oro. Pero a cambio me debes dar tus piernas
... - Y, ¿de qué me sirven los 100 millones, si no tengo piernas?
El
Señor volvió a decir:
- Te puedo dar 500 millones de monedas de oro, si
me das tus brazos. - Y, ¿qué puedo yo hacer con 500 millones, si no podría ni
siquiera comer yo solo?
El Señor habló de nuevo y dijo:
- Te
puedo dar 1000 millones, si me das tus ojos. - Y dime; ¿qué puedo hacer yo
con tanto dinero, si no podría ver el mundo, ni podría ver a mis hijos y a mi
esposa para compartir con ellos?
Dios sonrió y le dijo:
- Ay,
hijo mío; ¿cómo dices que eres pobre si te he ofrecido ya 1600 millones de
monedas de oro y no los has cambiado por las partes sanas de tu cuerpo? Eres tan
rico y no te has dado cuenta....
Tú también podrías protestar como este
ejemplo que te narro.
“Soy un hombre rico. Me propongo demandar a la
revista `Fortune´, pues me hizo víctima de una omisión inexplicable.
Resulta que publicó la lista de los hombres más ricos del planeta y en
esta lista no aparezco yo. Aparecen, sí, el sultán de Brunei, que tiene una
fortuna estimada en 37 mil millones de dólares, y aparecen también los herederos
de Sam Walton, con 24 mil y Takichiro Mori, con 14 mil. Figuran ahí también
personalidades como la Reina Isabel de Inglaterra, con 11 mil millones de
dólares; Stavros Niarkos con 4 mil.
Sin embargo a mí no me menciona la
revista. Y yo soy un hombre rico, inmensamente rico. Y si no, vean ustedes.
Tengo vida, que recibí no sé por qué, y salud, que conservo no sé cómo. Tengo
una familia: esposa adorable que al entregarme su vida me dio lo mejor de la
mía; hijos maravillosos de quienes no he recibido sino felicidad; nietos con los
cuales ejerzo una nueva y gozosa paternidad.
Tengo hermanos que son como
mis amigos, y amigos que son como mis hermanos. Tengo gente que me ama con
sinceridad a pesar de mis defectos, y a la que yo amo con sinceridad a pesar de
mis defectos. Tengo cuatro lectores a los que cada día les doy gracias porque
leen bien lo que yo escribo mal. Tengo una casa, y en ella muchos libros (mi
esposa diría que tengo muchos libros, y entre ellos una casa). Poseo un pedacito
del mundo en la forma de un huerto que cada año me da manzanas que habrían
acortado aún más la presencia de Adán y Eva en el Paraíso.
Tengo un
perro que no se va a dormir hasta que llego, y que me recibe como si fuera yo el
dueño de los cielos y la tierra. Tengo ojos que ven y oídos que oyen; pies que
caminan y manos que acarician; cerebro que piensa cosas que a otros se les
habían ocurrido ya, pero que a mí no se me habían ocurrido nunca. Soy dueño de
la común herencia de los hombres: alegrías para disfrutarlas y penas para
hermanarme a los que sufren.
Y tengo fe en un Dios bueno que guarda para
mí infinito amor. ¿Puede haber mayores riquezas que las mías? ¿Por qué,
entonces, no me puso la revista `Fortune´ en la lista de los hombres más ricos
del planeta?”.
Disfruta lo que tienes. Agradece a Dios lo que
tienes. Comparte lo que tienes, y serás feliz. Y nunca olvides: “Bienaventurados
los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino”.
Resumen
del Catecismo de la Iglesia católica
2551 “Donde está tu
tesoro allí estará tu corazón” (Mateo 6, 21).
2552 El décimo
mandamiento prohíbe el deseo desordenado, nacido de la pasión inmoderada de las
riquezas y del poder.
2553 La envidia es la tristeza que se
experimenta ante el bien del prójimo y el deseo desordenado de apropiárselo. Es
un pecado capital.
2554 El bautizado combate la envida mediante la
benevolencia, la humildad y el abandono en la providencia de
Dios.
2555 Los fieles cristianos “han crucificado la carne con sus
pasiones y sus concupiscencias” (Gálatas 5, 24); son guiados por el Espíritu y
siguen los deseos del Espíritu.
2556 El desprendimiento de las
riquezas es necesario para entrar en el Reino de los cielos. “Bienaventurados
los pobres de corazón” (Mateo 5, 3).
2557 El hombre que anhela
dice: “Quiero ver a Dios”. La sed de Dios es saciada por el agua de la vida
eterna.
Del Compendio del Catecismo de la Iglesia
católica
531. ¿Qué manda y qué prohíbe el décimo
mandamiento? Este mandamiento, que complementa al precedente, exige
una actitud interior de respeto en relación con la propiedad ajena, y prohíbe la
avaricia, el deseo desordenado de los bienes de otros y la envidia, que consiste
en la tristeza experimentada ante los bienes del prójimo y en el deseo
desordenado de apropiarse de los mismos.
532. ¿Qué exige Jesús con
la pobreza del corazón?
Jesús exige a sus discípulos que le
antepongan a Él respecto a todo y a todos. El desprendimiento de las riquezas
–según el espíritu de la pobreza evangélicas- y el abandono a la providencia de
Dios, que nos libera de la preocupación por el mañana, nos prepara para la
bienaventuranza de “los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los
Cielos” (Mt.5,3)
533. ¿Cuál es el mayor deseo del
hombre? El mayor deseo del hombre es ver a Dios. Éste es el grito de
todo su ser “¡Quiero ver a Dios!”. El hombre, en efecto, realiza su verdadera y
plena felicidad en la visión y en la bienaventuranza de Aquel que lo ha creado
por amor, y lo atrae hacia sí en su infinito amor.
LECTURA:
Extraída de un sermón de san Bernardo sobre la envidia
“Es la envidia un
pesar, un resentimiento de la felicidad y prosperidad del prójimo. De aquí que
nunca falte al envidioso ni tristeza, ni molestia. ¿Está fértil el campo del
prójimo? ¿Su casa abunda en comodidades de vida? ¿No le faltan ni los
esparcimientos del alma? Pues todas estas cosas son alimento de la enfermedad y
aumento de dolor para el envidioso…
Así como los buitres, que pasan
volando por muchos prados y lugares amenos y olorosos sin que hagan aprecio de
su belleza, son arrastrados por el olor de cosas hediondas; así como las moscas,
que no haciendo caso de las partes sanas van a buscar las úlceras; así también
los envidiosos no miran ni se fijan en el esplendor de la vida, ni en la
grandeza de las obras buenas, sino en lo podrido y corrompido; y si notan alguna
falta de alguno (como sucede en la mayor parte de las cosas humanas) la
divulgan, y quieren que los hombres sean conocidos por sus faltas.
Los
perros se hacen dóciles con el alimento que se les da, y los leones, cuando se
los cura, se hacen tratables; pero los envidiosos se hacen más insufribles y más
ofensivos con los obsequios y beneficios…El envidioso ni halla médico para su
enfermedad ni puede encontrar medicina alguna que le libre de este mal, por más
que las Santas Escrituras estén llenas de semejantes remedios. El único alivio
que espera es el ver caer a alguno de aquellos a quienes envidia.
Así
como el dardo arrojado con gran fuerza, cuando choca en una parte dura y
resistente se vuelve contra el que le arrojó, así también los movimientos de los
envidia, sin que perjudiquen al envidiado, se convierten en heridas par el
envidioso. Porque, ¿quién por angustiarse y afligirse disminuyó los bienes del
prójimo? Antes bien, el que se entristece por el bien de los demás, a sí mismo
es a quien asesina.
No nace en el corazón del hombre vicio más pernicioso
que el de la envidia, la cual, sin dañar a los extraños, es ante todo un mal, y
mal interior para el que la tiene. Porque así como el orín roe y destruye el
hierro, así también la envidia roe y consume al alma a quien infesta. Y así como
dicen que las víboras nacen desgarrando el vientre materno, así también la
envidia suele devorar el alma que la fomenta.
Los envidiosos llevan
retratado en su cara el mal de que adolecen. Sus ojos son áridos y sombríos, los
párpados caídos, contraídas las cejas, el ánimo inquieto por torvo afecto y
faltos de un juicio recto para apreciar la verdad” (San Basilio, Homilía sobre
la envidia).
- Nomadismo es el estado social de las épocas primitivas o de los pueblos
poco civilizados, consistente en cambiar de lugar con frecuencia.regresar
- Hoy la moral católica dice que es una virtud cardinal o moral, junto con
la prudencia, la templanza y fortaleza.regresar
- Vuelve a leer 2 Samuel capítulos 11 y 12regresar
- Consulta Lucas 12, 16-21; Eclesiástico 11, 19.regresar
- Entiende bien esta palabra “liberal”, es decir, el hombre que practica
la virtud de la liberalidad que estoy explicando. Por tanto, “liberal” aquí no
significa el hombre que ha hecho del liberalismo su código de conducta. Una cosa
es liberalismo y otra cosa es liberalidad. regresar
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